jueves, 2 de octubre de 2008

Ludo ergo sum

Una de las características del ser humano que lo ha convertido en uno de mis animales favoritos (debajo del ornitorrinco y del kiwi, pero definitivamente por encima del caballo) es su capacidad para inventar juegos.

Jugar no es una actividad exclusiva de los humanos; de hecho, es un útil mecanismo para que las crías de muchas especies se entrenen en las técnicas que les permitirán sobrevivir. Basta ver cualquier documental donde primero enfocan a las crías de tigre cándidamente persiguiéndose entre ellos y en la siguiente toma están almorzando la cebra a la que acaban de saltarle encima.

Sin embargo, a veces jugamos, aparentemente, por el mero hecho de jugar y la satisfacción que produce completar una tarea -"ganar el juego"- cuya dificultad radica en que tiene que realizarse siguiendo un conjunto de reglas cuya finalidad es que la compleción del juego no sea una tarea trivial, o sea, que el juego no sea fácil y aburrido.

(Como nota aparte, uno tendería a pensar que sólo los seres humanos juegan por satisfacción, pero resulta que los delfines acostumbran a crear anillos de aire bajo el agua y jugar con ellos. Entren aquí para ver un video de esto. Si van al delfinario del hotel Los Delfines y tienen suerte, verán a Yaku y Wayra haciendo lo mismo.)

Bueno, y si de inventar reglas se trata (y de romperlas, también), el ser humano se lleva el premio. Lo interesante es que, a excepción de algunos, la mayoría de nuestros juegos más populares son en esencia sencillos. El fútbol, por ejemplo, consiste en que dos equipos, de once personas cada uno, traten de meter la pelota en el arco del equipo opuesto sin usar las manos, a excepción del jugador llamado "arquero", que puede usarlas, y que tratará de impedir el ingreso de la pelota en el arco de su equipo. El golf consiste en tratar de meter la pelota en dieciocho hoyos, golpeándola con un palo, en el menor número de golpes. El ajederez ... bueno, ahí tienen un juego complicado. Personalmente, prefiero las damas (pun intended).

Sin embargo, los juegos de los que quería tratar en este post son los juegos propios, los que cada uno de nosotros inventamos, con más frecuencia durante nuestra niñez. Me refiero a los juegos improvisados, los que inventaban con sus primos un sábado por la tarde, en casa de la abuela. O los juegos que inventaba uno cuando estaba solo, como caminar sin pisar las líneas de la vereda o resistir tanto como se pueda debajo del agua en la piscina. Algunos de los juegos que inventamos de niños se quedan con nosotros, a veces mutan con el tiempo, y llegan a formar parte de nuestra personalidad.

Lo de no pisar las líneas de piso al caminar es un juego que todavía practico, igual que el de aguantar la respiración bajo el agua, pero hay un par de juegos muy personales que vengo jugando desde que era un pipiolo (como diría Cristina).

El primero es jugar con los números que uno se encuentra en la calle: en las placas de los carros, en los números de casas, en los números de teléfono de avisos publicitarios y en todo cuanto uno pueda fijarse. (Para esto, ser peatón es una ventaja, pues así uno pone la vida en manos del chofer de turno y se dedica a menesters importantes, como leer, pensar en el almuerzo, en que va a llegar con las justas para ver Dr. House y en jugar con los números.)

Usualmente, lo que hago es sumar dígitos de un golpe vista y, tras probar si la suma de sus dígitos es divisible entre tres, saber si el número también lo es. A veces, el cerebro pide más reto y se prueba la divisibilidad entre 7 y hay que complacerlo, porque el cerebro tiene siempre prioridad. Ya cuando uno pone más empeño, se cambian las sumas por multiplicaciones y ahí la velocidad baja un poco. (Si uno es físico, además, los números sirven para calcular las finanzas personales, lo cual inevitablemente lleva al dolor en el fuero interno.)

Si uno busca un reto, podría intentarse algo como lo siguiente (gracias, http://www.xkcd.org):

pero confieso que no he llegado a extremos tales. (A ver, pues, si son tan valientes traten de factorizar números arbitrarios de cuatro dígitos en la cabeza.)

Algo curioso es que, a través de los años (no hay muchos, ah, sólo veinticinco) me he dado cuenta de que jugar con los números de la calle es un hábito desarrollado individualmente por varias de las personas que conozco. Incidentalmente, la mayoría de personas que conozco son ingenieros o físicos ...

El segundo juego que me acompaña desde la niñez es un poco más complicado de explicar. Consiste, básicamente, en imaginar situaciones poco probables y cómo actuaría en ellas. Por ejemplo, cuando estaba en el colegio pensaba qué haría si un grupo de terroristas armados entrara a los salones (advertí que eran situaciones poco probables ... aunque en los ochentas, en Lima, quién sabe). Veamos: obviamente, resistirse estaba fuera de consideración, así que había que imaginar dónde esconderse. ¿Baños? No, muy fácil. ¿Almacenes? No, si yo fuese terruco, buscaría ahí más rehenes, o metería ahí a los más rebeldes. El mejor sitio, después de cuidadoso análisis, resultó ser unos estrechos conductos que cruzaban el techo del salón y donde cabía, como máximo, una persona. El plan no era perfecto, claro, porque sin agua ni comida, mucho no podía durar ahí, pero algo era algo.

De lo anterior pueden concluir dos cosas:
  • siempre quise seguir los pasos de John McClane (yippee ki-yay, motherfucker) de Die Hard; y
  • me aburría como bestia en el colegio (al menos antes de cambiarme).
Curiosamente, el autor de xkcd aparentemente tiene el mismo tipo de fantasías con situaciones improbables:

Así que, donas y cavallers (estando en Valencia, hay que aprender un poquito de catalá), ¿inventaban ustedes juegos en su chiquitud? ¿Si lo hacían, en qué consistían? ¿Los siguen jugando?

5 comentarios:

Joel Jones Pérez. dijo...

Oe! Vas a la universidad un sábado... y te pones a escribir en el blog??? Ja ja ja!!!

A ver... el jueguito que a veces me dan ganas jugar es saltar las sombras de los carros cuando camino por la vereda. Y de los carros en movimiento, eh.
(Cha que yuca son los camiones)

Los numeritos no me afanan. Pero ya te habrás dado cuenta, con la historia del pescadito, que eventualmente invento historias sobre gente que encuentro en el camino.

Danitza dijo...

Justo hablaban mi mamá y su mejor amiga hace un par de dias,sobre como en su epoca los chicos inventaban juegos y se divertian un monton y como ahora todo el mundo se anda con las computadoras ,el play ,el nintendo y esas maquinitas...yo adoro esas maquinitas pero cuando era pequeña la diversion maxima era reunirme con mis primos.
Con uno de ellos recuerdo que haciamos violencia con las macetas de mi abuela y preparabamos tortas con barro ...jajaja o lo que era mas asqueroso buscabamos chanchitos de tierra y los juntabamos...jajaja.Hace un par de años a un amigo y a mi nos gustaba ir por la calle asustando a la gente y hasta hace no mucho jugabamos a tocar timbres xD

Luciano dijo...

Yo tb tengo esas manías con los números y los algoritmos :P

Y ni q decir de la de imaginarme situaciones imposibles (ok, improbables) y mi eventual desempeño en ellas (idem con los terroristas y el colegio... pero yo no huia, yo me los mechaba jajaja).

Anónimo dijo...

Uy, cuánto que decir!

1. Aún sigo caminando si pisar las líneas...

2. Cuando era peatón y usaba combis, recuerdo que me entretenía factorizando los números de los boletos... los descomponía en todos sus factores primos... en general, con un número de 6 dígitos era suficiente para entretenerme de mi casa a la pucp (10 min máximo :P).

3. Jajajjaa, en la de los terroristas también me los mecho, no siempre salgo sin heridas es lo malo...

4. Ahora que manejo, el juego es esquivar peatones que cruzan sin consideración en la manco capac, bueno, no siempre están cruzando, a veces simplemente están en medio de la calle... cosas de la ciudad...

Saludos!

Anónimo dijo...

Podría revisar el libro Homo Ludens, del holandés Johan Huizinga. Le podría resultar interesante.