jueves, 22 de julio de 2010

Morirse de madrugada

Tengo insomnio crónico. Eso significa que la mayoría de mis días terminan a las seis o siete de la mañana y comienzan unas cinco horas después. Es una mierda, realmente. Y la peor parte no son los dolores de cabeza que a veces aparecen, los intentos infructuosos por apagar el cerebro o la incomodidad de los ojos hinchados, sino los noticieros locales que comienzan a las cinco y media en los canales de televisión nacionales.

Todos los días, sin falta, muere trágicamente un estudiante, una madre joven o un anciano. Las causas son, como es de suponerse, variadas. Las más comunes son las muertes en accidentes de tránsito. En ocasiones el accidente ha ocurrido tan poco tiempo antes del inicio del noticiero que, cuando se transmite el video tomado en el lugar del accidente, aún no han editado las tomas de los cadáveres ensangrentados. No hay semana en la que al menos un bus interprovincial caiga a algún abismo junto a la carretera y se lleve veinte o treinta vidas con él.

Las muertes en incendios también son comunes: hace unas semanas, dos hermanos de menos de diez años murieron calcinados sobre la cama de su cuarto. Un poco más recientemente, una casa del cono sur de la ciudad se incendió con un niño dentro, la madre entró para tratar de rescatarlo, y los dos murieron carbonizados.

Otras veces son asesinatos, por robo o por venganza. Es difícil sacarse de la cabeza la imagen, grabada por una cámara de seguridad, del joven estudiante que abre, como cualquier día, la puerta del garaje de su casa, del carro sin placas que se detiene frente a él, de los tres disparos que recibe y de cómo se tambalea mientras entra, por última vez, a la casa que comparte con sus padres. "Joven ingeniero baleado en la puerta de su casa, se presume venganza". Una semana después -todos los días muere gente nueva- la noticia está olvidada.

También las hay extrañas, como la mujer que murió por tomar el brebaje preparado por el chamán al que acudió con su esposo, en el segundo piso de una casucha en Pachacamac, en las afueras de Lima. Ambos tomaron el preparado y perdieron el conocimiento, pero sólo uno despertó. O la mujer que cayó dentro del pozo séptico de su casa -ahora innecesario pues desde hacía unos meses su casa ya contaba con desagüe- y que murió golpeada por la caída y ahogada en una mezcla de materia fecal y cal. O, por último, el joven trabajador de un edificio de San Isidro que, al intentar limpiar el conducto por donde sube y baja el ascensor del mismo, término quebrado bajo los contrapesos del aparato. Su cuerpo destrozado, ahora de unas cuantas docenas de centímetros de altura, sólo pudo ser retirado de debajo de los pesos luego de remover el panel de vidrio a través del cual los transeúntes pudieron verlo durante toda la operación.

Mientras escribo esto, una mujer ve en las imágenes grabadas por las cámaras de un cajero automático de banco los momentos previos a la muerte de su marido en un confuso incidente con la policía, un hombre espera el cadáver de su hijo de nueve años, muerto ayer bajo las llantas de un camión al tratar de cruzar una pista, otro es sacado, esposado, de una comisaría del interior del país, luego de comprobarse que violó a una niña de catorce años. Unos minutos después se confirma la muerte de un obrero sepultado bajo el derrumbe de una pared de los baños públicos que ayudaba a construir y un reportero inepto pregunta a la madre que golpea sobre el ataúd que contiene el cuerpo de su niño "¿señora, cómo se siente?".

No sé exactamente por qué, pero la muerte, entre las cinco y media y las seis de la mañana, es más triste que durante las horas de luz. Quizá sea la densidad de malas noticias con que bombardean a quien esté despierto a esa hora o mi estado de ánimo luego de las varias horas sin poder dormir, o una combinación de ambas. Veo las noticias de un país todavía pobre, de espíritu y de mente, especialmente de mente, y no puedo evitar sentir pena por él. Finalmente es el lugar en que he nacido y crecido, donde vive mi familia y donde me gustaría vivir algún día. Morirse ya es suficientemente complicado como para tener que aparecer, con sólo encender el televisor, tendido sobre una carretera, cubierto de periódicos ensangrentados, una madrugada cualquiera.

4 comentarios:

Luciano dijo...

Una de las peores cosas de nuestra sociedad es ese morbo por el sufrimiento y la desgracia ajenas. Es como si toda la tragedia de los demás hiciera menos dramática la tragedia propia en la que vive la mayoría.

Pero es también parte de un amarillismo descerebrante heredado de nuestra década ilustre de fin de siglo.

Me quedo con una frase tuya, que me hizo acordar al chavo del ocho: "Todos los días muere gente nueva". Hombre, no va a morir la misma gente varias veces en una semana, ¿no? :P

Mauricio Bustamante dijo...

Sí, sí, quise decir que no importa qué tan trágica haya sido una muerte el lunes, el miércoles ya habrá otra igual de trágica que le ganará a la primera por ser novedad.

Por otro lado, el noticiero del canal 5 es el equivalente televiso del típico diario amarillista, algo así como la versión con movimiento y sonido del diario "Ajá".

Anónimo dijo...

Solo puedo decir que, no comas antes de dormir. Y al dormir los musculos del cuello y garganta se relajan por lo que entra menos aire por tu traquea y si estas con sobre peso el flujo de aire es aun menor por lo que el cerebro manda una señal para despertarte para prevenir la asfixia esto sucede entre 4 horas depues de conciliar sueño, por lo que personas con ese problema deben o dormir sentadas o con un par de buenas almoahadas bajo su cabeza y/o espalda. El dolor de cabeza e irritacion en los ojos son solo sintomas de las continuas trasnoches.

PS: bebe mas vino.

Salu2

Mauricio Bustamante dijo...

Gracias por los consejos, mi estimado, pero el problema no es dormir poco, sino conciliar el sueño.